En la Iglesia faltan voces proféticas

Entrevista a Virginia Alfaro realizada por Javier Fariñas Martín
para la revista Mundo Negro, número de octubre/2023

Nacida en Fuengirola y con tres décadas de trabajo misionero en Centroamérica, en Mozambique y ahora en Lobito (Angola), Virginia Alfaro reflexiona sobre la Misión.

A su paso por Madrid, invitada por MANOS UNIDAS, pone el dedo en los excluidos, en los alejados y en la responsabilidad ineludible de la Iglesia.

Me presento
Virginia AlfaroSoy Virginia Alfaro, misionera laica vicenciana. En este momento estoy enviada a Angola, a la ciudad de Lobito, donde formo parte de un equipo misionero, una comunidad de tres personas.

Lobito es un enclave costero de salinas que ha crecido de forma desor­denada. Dentro de la ciudad quedan lagunas donde hay flamencos. Buena parte de sus calles están sin asfaltar y hay polvo y mucho barro en la época de lluvias. Comemos comida local, más pescado que carne. Es habitual el funge, elaborado con harina y agua. Se trata de una masa que en cada parte de África llaman de una manera. Consumimos fruta y verdura de temporada: cuando hay berenjenas, berenjenas; cuando hay pimientos, pimientos; cuando hay tomates, tomates; cuando hay piña, piña… Compramos lo que hay en el mercado. Tenemos un clima cálido durante casi todo el año, aunque ya percibimos impactos del cambio climático: el año pasado tuvimos un frío desconocido durante la época de invierno.

Tengo amigos para tomar el té, para ir un día a la playa, para dar un paseo o para reunirnos en el quintal de su casa o de la nuestra. Esa amistad es una riqueza, compartir con el pueblo las cosas que te alegran y ­preocupan, escuchar y compartir las preocupaciones y alegrías de los demás. Ellos, de algún modo, admiran el modo de vida occidental porque hay un cierto mito sobre nuestras sociedades del ­bienestar, sobre todo por los servicios, el acceso a la salud y la educación, el mundo de abundancia en el que vivimos. Creo que eso les impide descubrir las pobrezas que también hay aquí.

El Barça y el Real Madrid, en aquella zona especialmente el Barça, siguen siendo muy seguidos. También hay mucha referencia a cantantes o futbolistas de Brasil. Y Portugal. La independencia está muy reciente, tuvo lugar en 1975, por lo que la presencia portuguesa es muy potente todavía allí.

¿Cuál es su trabajo en Lobito?

Nuestra presencia en Angola es relativamente reciente, llevamos solo seis años, y desarrollamos algunas acciones que nos indicó la población a nuestra llegada. Trabajamos con mujeres, primera infancia, juventud… Pertenecemos a la familia vicenciana y nuestra presencia está vinculada a las Hijas de la Caridad, con las que desarrollamos algunas iniciativas pastorales. Otra presencia significativa es la cárcel. En todas las misiones que he compartido, la cárcel es punto de encuentro con la realidad. Y luego estamos en la parroquia, trabajamos con Cáritas…

¿En qué medida la cárcel es reflejo de la sociedad angoleña?

En todos los lugares, la cárcel refleja las carencias que tenemos como sociedad. Tener que recluir a una persona porque no sabemos gestionar su reacción… Aunque sea una violación de la ley, siempre se trata de una reacción a algo que esconde una necesidad. Dentro de la cárcel están aquellos a los que excluimos, a los que dejamos fuera del sistema, y para mí, como misionera y como vicenciana, estas personas son una prioridad. Me siento muy afortunada de poder compartir con personas que han sido excluidas por lo que han hecho y poder descubrir todo el bien que hay en ellas. Es mucho más lo que yo recibo por trabajar en este escenario de lo que llevamos a estas  personas. Es importante la presencia misionera, de la Iglesia, de los laicos y laicas, en el mundo penitenciario.

¿Echa en falta más laicos?

Desconozco cómo es la realidad en España, pero su presencia en nuestra misión puede servir de mucho en la cárcel: el trabajo social, psicológico, jurídico… Me parece interesantísimo poner esas competencias al servicio de la comunidad y que la pastoral penitenciaria no quede limitada a la celebración sacramental. Al mismo tiempo, lo veo como una fuente de riqueza para nosotros como cristianos. Nos faltan voces proféticas y gritar que no debería haber cárceles. Deberíamos entender la justicia de otro modo, hablar de una justicia restaurativa, de la eliminación de las barreras. Tenemos una gran deuda por consentir un sistema que es contrario a toda pastoral.

Edificio destruido en Kuito, Angola
Edificio destruido durante la guerra en la ciudad de Kuito en el que vive una familia. Fotografía: Rodger Bosch / Getty

¿Faltan voces proféticas u oídos que presten atención a esas voces?

Faltan voces y oídos. El profeta insiste para denunciar la injusticia y para provocar la conversión. No hemos sabido todavía cómo llegar a esos oídos, cómo hacer valer esa voz.

¿La Iglesia se queda corta en la denuncia de las injusticias?

Nos quedamos cortos porque quizás, como Iglesia, tememos perder una posición de poder que podría esfumarse si denunciamos a los poderosos, a los que oprimen, a los que tienen la fuerza, y eso va en contra del oprimido, del denigrado, del que no está siendo respetado. Pero eso no es una misión de «la Iglesia», esa es «mi misión», porque yo soy Iglesia, soy pueblo de Dios. Lo esperamos de la jerarquía, de la estructura…, pero deberíamos entender que todos tenemos esa misión y que debemos ejercerla con mayor fuerza y libertad.

¿Qué sociedad y qué Iglesia se encontró cuando llegó a Lobito?

En Angola nos hemos encontrado una comunidad muy acogedora, facilitadora y propositiva. Eso facilita mucho la labor misionera, es la base. Nosotros no vamos a hacer nada sin la propuesta de la comunidad local, y este proceso en Angola ha sido muy rico.

Antes de llegar a Angola estuvo en Mozambique. Además de la lengua, el portugués, ¿le ayudó algo esa experiencia previa?

Es posible que Mozambique y Angola tengan más que ver que otros países en los que he estado. Sus historias, la colonización portuguesa, los conflictos armados o los procesos políticos han sido muy similares, con dos fuerzas políticas, el FRELIMO en Mozambique y el MPLA en Angola, con presencia en el poder desde hace 40 años. Esto hace que las estructuras sociales, políticas o que las propias Administraciones tengan recursos muy similares. Estos paralelismos, sin embargo, no se dan en los aspectos culturales.

¿Le sorprendió algo en especial a su llegada?

La fuerza de la mujer angoleña, su capacidad para emprender, su r­esiliencia a pesar de arrastrar una historia muy dura, muy cruel, y eso me sorprende y me ayuda también a crecer. No digo que las mujeres en otras culturas y sociedades que he conocido no hayan sido también ejemplares o modelos de inspiración, pero la mujer angoleña tiene un poder que impacta. Además, en Lobito, que fue una región que no se vio muy afectada por la guerra que padeció el país, descubro que los conflictos armados tienen consecuencias que duran décadas. Hay secuelas en la educación, en la cultura, en la salud mental…

Religiosa en Lobito
Una religiosa da de comer a un pequeño rebaño de cabras en Lobito, Angola. Fotografía: Getty

¿Cómo se reconstruye un país que ha pasado por una guerra así?

Es muy importante el proceso de conciliación y reconciliación, porque el conflicto puede haber terminado pero continuar vigente un sistema injusto en el que no haya paz. A nivel personal, ¿cómo encuentran paz las personas?, ¿dónde encuentran el espacio para reconciliarse? Ahí las Iglesias tenemos un papel fundamental y, en concreto, la Iglesia católica. Hay luego otros elementos, como hacer ver a las generaciones más jóvenes que la paz o la ausencia de violencia que vivimos ahora es el resultado de un sufrimiento que padecieron las generaciones anteriores y que tiene que dar un fruto que está en sus manos construir.

En esa sociedad, ¿qué espacio ocupa la mujer?

Es una sociedad matriarcal en el cuidado de los hijos, pero sigue siendo patriarcal en la medida en que es el varón el que toma las decisiones. Así vamos educando a las nuevas generaciones. Es increíble que en Angola y en el resto del mundo, también dentro de la Iglesia, seguimos en una situación de desigualdad a pesar de que la mujer es mayoría y la fuerza motora de muchísimas iniciativas. No creo que se trate de cambiarnos de rol y ocupar ahora el sitio de los hombres, sino que hay que llegar al camino de la igualdad, de encontrarnos y complementarnos. En Angola, como en muchas culturas, la identidad de la mujer está muy vinculada a la maternidad, se te valora en la medida en que eres madre, los hijos son riqueza. Yo no los tengo y deben pensar que soy la persona más pobre y desgraciada del mundo.

La gente de su comunidad, ¿le pregunta por ello?

Sí, me preguntan que por qué no he tenido hijos. Es un asunto muy interesante, porque nosotros vemos que ellas son las empobrecidas y, en realidad, la «pobrecita» en su cultura soy yo porque no tengo hijos. No sucede lo mismo con el hombre, cuya identidad no está vinculada a la paternidad. Por este motivo, es usual que el hombre se pueda desvincular fácilmente de su responsabilidad educativa, económica, familiar o afectiva. Además, tampoco se le reclama ese papel, y ese es un elemento de machismo e irresponsabilidad.

¿Se puede hacer algo para revertir esa realidad?

El ejemplo y la educación son importantes. Al preguntarme esto se me ha venido a la cabeza uno de nuestros voluntarios, que es psicólogo. Cuando explica que entre el hombre y la mujer la única diferencia que hay es que ellos no pueden parir, yo me pregunto qué diferencia hay entre él y el resto de hombres de la comunidad. Esas personas son las que deben tomar la palabra en el contexto de su cultura, hablar a sus compañeros. La educación de niños y niñas, de los jóvenes, marca un proceso que ya se ha vivido en otras culturas. Todos somos responsables de ese cambio y como Iglesia, como misioneras y misioneros, también lo somos.

En relación a la educación, ha advertido la importancia que tiene la educación temprana en la vida de una persona. ¿Desarrollan alguna iniciativa en este campo en Lobito?

Tenemos unos centros infantiles para niños de tres a cinco años que permanecen con nosotros durante dos cursos lectivos. Además de ofrecerles a los niños las herramientas pedagógicas propias de preescolar, colaboramos con las familias para que puedan ser matriculados después en la escuela. Es un período muy complicado a nivel de salud, por lo que los acompañamos para que tengan una nutrición adecuada, colaboramos para que cumplan con el calendario de vacunación o en la prevención de la malaria. Intentamos también reducir la mortalidad infantil.

Mototaxis en Luanda, Angola
Varios mototaxis esperan para llevar pasajeros cerca de un puente en Luanda, Angola. Fotografía: Dogukan Keskinkilic / Getty

¿Les hacen algún seguimiento después de esos dos años?

De nuestro centro salen para la escuela. El acompañamiento con su profesor y con su familia prosigue para garantizar que estos niños lleguen hasta el final de Primaria y, esperemos, de Secundaria. Solo cuando tomemos conciencia de que esos primeros años de vida son fundamentales para el desarrollo de la persona, que le van a permitir adquirir unos recursos, unas habilidades y unas posibilidades que le harán tener mejores condiciones en el futuro, entonces pondremos más atención en el valor de ese período de tiempo. Por eso apostamos por este tipo de educación, por las posibilidades que brinda esta forma de acompañamiento. En nuestros barrios nunca se había tenido a los niños en ningún centro educativo antes de llegar a la escuela.

A su paso por Madrid, usted denunció que el coste de esta formación fundamental e incipiente llegaba incluso a superar la de los estudios universitarios en Angola.

El sistema público angoleño no ofrece esta formación, lo que provoca que las guarderías tengan un precio muy elevado, equivalente al que pagan los universitarios. Esto provoca que solo una población muy reducida tenga acceso a la misma, lo que genera otra brecha entre los angoleños. Nuestro deseo es que los más pobres, los que tienen menos posibilidades, sean los que tengan los mejores recursos.

Angola es uno de los socios prioritarios de España en África subsahariana. Aquí se ofrece la imagen de un país con un potencial y un futuro más que prometedores. ¿Comparte esa imagen?

Como española y residente en Angola, como persona que ama la cultura angoleña, me gustaría tener la garantía de que la presencia española y de que las inversiones españolas en el país van a respetar los derechos humanos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y van a promover los pueblos y las culturas no en una línea de solidaridad sino de justicia social. ¿Qué imagen se nos traslada? Que Angola tiene muchas posibilidades y nosotros ahora vamos a aprovecharlas. Como Iglesia creo que nos corresponde estar atentos a eso, a por qué se abren estos escenarios y si eso significa que se están cerrando otros que ya se han agotado para la inversión española. El respeto cultural, el equilibrio y la sostenibilidad económica deberían ser otros de los paradigmas frente al lucro, a la inversión y al capital que queremos alcanzar.

¿Desde el Norte faltamos el respeto a los pueblos del Sur?

Sí, creo que les faltamos el respeto. No es que se lo faltemos personas particulares, les faltamos el respeto históricamente, les faltamos el respeto porque el colonialismo, esa ambición colonial, ahora no se hace a través de ejércitos sino de la economía, y les faltamos al respeto desde el momento en que creemos que somos superiores, que nuestra sociedad es superior y mejor que la de esos países. Culturas con menor nivel económico son poco valoradas o despreciadas. Considero que, al contrario, son culturas ricas que tienen mucho que enseñarnos y mucho de lo que podríamos ­aprender.

¿Qué ha aprendido usted en estos seis años en Lobito?

Su gran acogida, su alegría, su capacidad de resistencia, la capacidad de dar importancia a aquello que verdaderamente lo es, relativizar o dejar en segundo plano aspectos que no son fundamentales.

¿Qué es importante para ellos que para nosotros es superfluo?

Para ellos es importante que el conjunto esté bien, que todos estén bien, y si hay que dar un paso atrás para que otro se aproxime, tienen esa capacidad. A nosotros, nos parecería que perdemos autonomía, independencia, que nos vemos condicionados por el ritmo de los demás, pero eso es importante, como también lo es la salud, porque es tan frágil y vulnerable que de un día para otro su ausencia puede llevarte a la muerte. Es importante preocuparse por el otro, saber cómo se encuentra. En nuestra sociedad, mucho más individualista y autónoma, hemos perdido esa conexión con el otro que nos ayuda a ser nosotros mismos.

¿Hay riesgo de que los pueblos africanos asimilen esos principios occidentales de los que habla?

Me viene a la mente una imagen cuando me preguntas esto. En el centro de liderazgo de jóvenes tenemos acceso a Internet y es muy común ver a alguien delante de una pantalla con cuatro o cinco caras alrededor mirando, pero no porque no tengan Internet, sino porque están viendo algo juntos. Las tecnologías abren muchas posibilidades, sobre todo a la juventud, de escuchar otros discursos, de ver otras realidades, pero creo que aún estamos lejos de que la inteligencia artificial o los dispositivos supriman el contacto personal. Luego también se da otro fenómeno: se prestan los dispositivos. A lo mejor llamas por teléfono a alguien y quien te atiende te dice que el dueño le ha dejado el aparato unos días porque ha ido a la ciudad. El teléfono para nosotros es nuestro, mientras que ellos lo ven de otra forma.

Está en Angola después de trabajar durante años como laica misionera en diferentes países.

Los laicos tenemos muy accesible vivir la Misión, aunque continuamos considerando en buena medida que es de sacerdotes y de hermanas y que puede haber algún laico que colabore con un sacerdote o con una congregación religiosa. Nuestra Iglesia tiene delegaciones diocesanas donde pueden atender a los laicos misioneros, también cuenta con asociaciones como los Misioneros Seglares Vicencianos (MISEVI), y otras, donde hay oportunidades de formación, participación y de realizar experiencias misioneras de corta y larga duración. Todo eso está a nuestro alcance. Siempre puede haber alguien que diga: «Yo lo soñé», «yo me lo planteé». El momento es ahora, es ya, se nos pasa la vida sin experimentar aquello que puede ser lo mejor de la misma.

¿Los laicos han clericalizado la Misión? ¿Han dejado esta tarea en manos de los consagrados?

Sí, pero en la medida en que acompañamos y no ocupamos lugares que no nos pertenecen, en la medida en que estamos y compartimos la fe, en la medida que vivimos nuestro sentido eclesial como laicos al lado de los laicos locales en la comunidad parroquial, creo que no se trata de clericalismo, al contrario, es una riqueza para nosotros y una fuerza para la comunidad local de acogida.

¿Cómo ve el voluntariado o la cooperación en relación con la Misión o los misioneros?

Admiro la realidad del cooperante no creyente, o del que lo hace únicamente por los ODS o por los derechos humanos. A pesar de todos estos años que llevo en la misión, no hubiera sido capaz de hacerlo sin la fe, por eso los admiro. Para mí la fe es un elemento básico que me ha permitido vivir plenamente feliz durante todo este tiempo. Igual que estamos llamados a trabajar con todas las confesiones religiosas, congregaciones y organismos dentro de la Iglesia, también estamos llamados a trabajar con el mundo de la cooperación, del que tenemos mucho que aprender, igual que ellos de nosotros.

Entrevista a Virginia Alfaro realizada por Javier Fariñas Martín
para la revista Mundo Negro, número de octubre/2023