Cronica de una preasamblea sinodal

El pasado 23 de marzo, todos los miembros de pleno derecho de MISEVI, teníamos una cita delante del meet para preparar la asamblea de este año.  Por lo tanto, despejamos agendas, adelantamos comidas, retrasamos lavadoras, encasquetamos niños y cambiamos turnos de trabajo. O sea, más o menos lo que solemos hacer los laicos cuando la reunión es para un sábado por la mañana (la jornada más productiva de la semana). No dejo de maravillarme una y otra vez de cómo los socios encuentran tiempo, ganas y claridad de mente para todas las actividades que van surgiendo.

La dinámica esta vez fue sencilla pero muy compleja y profunda a la vez. Teníamos que discutir y consensuar las reflexiones del Sínodo, para llegar más o menos a la asamblea con “los deberes hechos”. Utilizamos la vieja técnica de trabajo en grupo dividiéndonos en tres y discutiendo en tres salas virtuales distintas. No sé a vosotros, pero a mí particularmente no deja de asombrarme cada vez más las cosas que somos capaces de hacer a distancia (seguro que este tipo de funciones ya hace años que se utilizan así, pero para mí cada vez supone una novedad)

  No os voy a aburrir ahora mismo con las conclusiones y lo que discutimos. De eso ya tendremos bastante en la Asamblea, me gustaría compartir con vosotros una pequeña reflexión.

  Yo me imaginaba cómo habrá sido este año de preparación del Sínodo, discutiendo en las parroquias en los grupos eclesiales, entre las curias, en las congregaciones religiosas…

Me imaginaba que esas mismas cuestiones que nosotros tratábamos, seguramente hay grupos de sacerdotes que las hayan reflexionado en largas jornadas alrededor de una mesa, con tiempo y profundas consideraciones teológicas, mientras alguien les servía un café y les informaba por lo bajo que la comida estaría a la dos

Me imaginaba las parroquias africanas que conozco, con catequistas y delegados de la palabra escuchando las explicaciones del padre para posteriormente contribuir con largísimas consideraciones que alguien apuntaría en un cuaderno con un boli malo y buena letra, (para que luego se pase a limpio). Mientras tanto, las mujeres observarían de lejos y estarían pendientes de preparar la comida para todos.

  Me imaginaba frías salas parroquiales, porque se van quedando demasiado grandes, pero calentadas con las discusiones de los participantes del Consejo Parroquial, mientras en la mesa esperaba lo que cada uno había traído para contribuir a la merienda posterior (siempre lo mejor de cada reunión)

  Por último, nos veía a nosotros mismos, pegados a la pantalla mientras, con el micro apagado para poder pegar una voz de vez en cuando a los niños, o pedir que por favor alguien nos apague la olla, a la vez que intentamos hilar ideas.

Y ¿qué queréis que os diga? A mí me encanta este sentido de Iglesia, todos desde nuestros lugares, desde nuestra circunstancia, con los medios de cada uno…Todos planteando dudas, reflexionando, compartiendo impresiones…

No sé lo que saldrá de todo esto, pero, para mí personalmente, ya sólo por haber formado parte del proceso, aunque sea en una parte ínfima en plan “grano de arena en la playa» (uy, ¿he puesto “en plan”?) me hace estar muy feliz y agradecida a MISEVI   por darme la oportunidad.