Experiencia misionera en Lobito

Como dice el evangelio “Señor, hazme saber tus planes”. Muchas incógnitas aparecen cuando te quieres embarcar en una experiencia misionera. Miedos, inseguridades…Fueron meses de reflexión personal, de tomar una de las decisiones más importantes hasta el momento, de tirarme al vacío sin estar realmente segura. Durante este camino, estuve acompañada por gente que había vivido la experiencia y en una de esas charlas alguien me dijo esta frase: “el miedo tocó a la puerta, la fe salió a abrir y el miedo ya no estaba”. Desde ese momento lo supe. Estaba segura que el Señor tenía unos planes para mí, sabía que iba a estar acompañada desde el momento en que dijera ¡sí! Y lo hice, desde esa fe que te impulsa, que te hace hacer cosas que nunca imaginaste que pudieran ser reales.

Todas esas dudas e incógnitas desaparecieron nada más pisar tierras africanas. Los primeros días no son fáciles, te preguntas en cada momento por qué a estas alturas hay gente viviendo en esas condiciones, con tan pocos recursos… Y es entonces cuando empiezas a abrir los ojos, a ser consciente que tu misión es aportar tu granito de arena en un momento determinado, lo cual no te hace sentir pequeño, si no al contrario, te hace crecer en todos los sentidos.

Decían que África tenía algo especial, algo que te deja huella, un aire de frescura, olores y sensaciones diferentes. Pero sin duda lo más maravilloso son las personas que lo forman, que te enseñan su cultura desde la humildad. Su manera de acoger a los que llegan de otro continente, a los que hacen formar parte de cada momento de su día a día. Su alegría, a pesar de las circunstancias en las que viven. Te enseñan que siempre hay un motivo para celebrar la vida. Y eso es lo que te llevas, sus ganas de vivir y su fe en Dios.

Aunque he estado colaborando en casi todos los proyectos de Misevi en Lobito. Mi misión ha estado más enfocada a las “escolinhas”. Como maestra he disfrutado compartiendo mi forma de trabajar pero sobre todo la acogida de los maestros de dichas “escolinhas”. Su manera de escuchar y aceptar consejos para un mejor trabajo me hace plantearme una vez más que la competitividad no te lleva a ninguna parte y que el mundo se construye aprendiendo unos de otros. Tengo muchos momentos guardados en mi memoria pero es tan fácil recordar las sonrisas y abrazos de esos niños que te llevan a ese mismo instante. Te das cuenta que no hace falta hablar el mismo idioma para enseñar o expresar emociones. Si tuviera que definir con una palabra a estos niños sería supervivientes.

Otro de los proyectos en los que estuve fue en la escuela de promoción femenina. Aunque era un sector ajeno a mi experiencia, me encantó formar parte de él. Las mujeres en este país tienen todavía mucho trabajo por hacer, pero su fuerza de voluntad y su valentía hacen que sean unas heroínas. Algo tan simple como escribir su nombre o poder firmar un documento, las hacen sentir muy orgullosas. Y parece poco, pero en esta cultura querer dar un paso más, salirse de lo que son tus responsabilidades (como formar una familia y sacar adelante una casa) y dedicar un tiempo aprender, me hacen reafirmarme en la frase de que “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo” y ellas están dispuestas a ese cambio.

Esta experiencia me ha servido para aprender a disfrutar del día a día, para relativizar los problemas. He convertido mis miedos en oportunidades para seguir creciendo. Esta misión no hubiera sido posible sin esa fe que te hace mover montañas.

Ahora toca volver a un mundo en el que no se valora todo lo que se tiene, un mundo egoísta. Un mundo que aspira cada día a más, saltando por encima del otro para triunfar. Y donde la felicidad es cosa de muy pocos.

Todo el mundo debería vivir esta experiencia. A veces es necesario salir de nuestra zona de confort, de mirar más allá para ver otra realidad diferente a la nuestra y en la que vas a recibir mucho más de lo que das. Gracias Señor por todo lo que tenías planeado.

Rocío Gil