El pulso de Dios

Antes que nada me presento avisándote como hago a veces cara a cara: quizá yo sea persona poco de fiar porque se reúnen en mí el hecho de ser un cristiano católico (algo no muy comprendido ni respetado últimamente), además de haber estudiado y servir como informático (“presuntamente rarito” para algunos) y encima ser funcionario, portador de nefastas connotaciones para quienes no lo son.

Durante mi juventud evitaba pronunciar la palabra “Dios” por no encerrar en cuatro letras algo tan grande e inabarcable. Sobre esa intuición teológica de antaño mi relación con Dios se va modelando y se delata a través de mi relación con “el otro” (el que no es “yo”, pero también “el que no es como yo”), a través de mi relación con el medio que me rodea, de mi profundización en la fe, de mi integración en la sociedad en la que vivo y del conocimiento de tantas realidades sociales y culturales de las que tengo referencias aunque no estén en mi entorno cercano.

He madurado mi fe en JMV (Juventudes Marianas Vicencianas) y me siento parte de la familia vicenciana, arropado por mi pequeña comunidad local que me sigue ayudando a crecer como tal y por una gran comunidad misionera que ha añadido tantos colores de Dios a mi vida: MISEVI.

Igual que tengo corazón, Él está en mí, latiendo y llenándome de vida. En reposo tengo que esforzarme para palpar su pulso pero en cuanto me pongo en marcha percibo sus latidos, el bombeo en las sienes al forzar la marcha. ¡También puedo escuchar el de “el otro” si acerco atento mi oído a su pecho!

Al comenzar el confinamiento por el COVID-19 de repente empecé a notar su bombeo, su pulso vital. Le dio a Dios por apropiarse de mis 104 teclas de informático y pulsar y pulsar por mí, sobre mí, dentro de mí.

Y pulsó la S para que acercase mi oído al SUFRIMIENTO de los enfermos que iban apareciendo a millares, además del de los sanitarios que no podían abarcar la oleada. Casi a la vez también pulsó la D bombeando hacia mí el DOLOR de tanta muerte en soledad, de tanta familia desolada, de tantos sanitarios que cerraban historias clínicas de la forma más dolorosa posible. Y pulsó la H para que muchos viéramos como HÉROES a quienes exponen y en algunos casos pierden su vida por salvar la de los demás en los hospitales. Presencia de Dios, ejemplo a seguir.

A la vez, en casa afrontamos la M del MIEDO a salir, a contagiar o a ser contagiado, a actuar mal, a ser reprendido por la autoridad… Pero a Dios le dio por pulsarnos la N y mostrarnos la NECESIDAD cercana: un barrio humilde, muy tocado tras la última gran crisis, que había ido reduciendo la necesidad asistencial durante estos años pero que ahora, con sus irregulares fuentes de ingresos cortadas en seco, de nuevo caía en la precariedad; rostro mismo de Jesucristo.

Así que enseguida apareció la C de la CARIDAD. AIC (Asociación Internacional de Caridades) – Cáritas parroquial retomó la actividad, se adaptó a marchas forzadas y empezó a responder a la situación. Cuando se acabaron los recursos por falta de misas y colectas y se acabaron los brazos por tener un grupo muy envejecido, pulsó Dios la G de la GENEROSIDAD junto con la T de la TRANSMISIÓN DE BIENES; fue así como la comunidad parroquial propició el ingreso de tantas aportaciones que, junto a los suministros del banco de alimentos, han permitido llevar unos mínimos a todos los necesitados. Y así seguimos.

He dicho que soy funcionario. Mi puesto está en el SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal). Sirvo a los ciudadanos como informático coordinando un pequeño grupo para dar soporte a la labor de 270 personas de mi provincia que atienden, resuelven y gestionan las prestaciones por desempleo, entre otras funciones.

Por eso me golpeó un fuerte pulso en las sienes ante la cantidad brutal de personas que se han quedado de repente sin trabajo en España; el Estado regula para ellas una asistencia económica (mediante los ERTE y otros recursos). Pero no somos Dios ni se ha inventado una tecla para que al pulsarla resuelva al momento millones de expedientes presentados por las empresas y gestorías con precipitación, a veces con errores; archivos que hay que procesar con mimo porque, no lo olvidemos: detrás de cada DNI, de cada porcentaje, de cada error, está en juego el subsidio de una persona, su dignidad y el aporte de recursos mínimos para su familia.

Y aquí Dios pulsó fuertemente la R de RESPONSABILIDAD. Siempre he percibido un enorme compromiso en el SEPE pero ¿qué pasaría ahora que se veían venir oleadas de trabajo, hasta multiplicarse por cinco sobre los niveles ordinarios? No existe “la tecla mágica” para hacer esto, pero es que además el confinamiento ha supuesto que toda la plantilla migre desde las 37 oficinas de mi provincia hacia sus respectivos hogares: Adaptación de espacios en casa, nuevas herramientas, reorganización de tareas, de equipos de trabajo, nuevos aprendizajes… a la vez que cuatro millones de personas en paro en el país están necesitando que actuemos rápido y bien.

No ha sido tarea de héroes, ni perfecta, pero entre mis compañeros he sentido el pulso de Dios. Personas que también tienen hijos pequeños confinados, cónyuges sanitarios, madres enfermas, u otras complejidades en sus vidas, han dedicado mucho más que un horario laboral ordinario para estirar al máximo su capacidad de respuesta ante tanto paro. Sabiendo a veces que después serán señaladas e incluso reprendidas en la calle por quienes necesitan ese subsidio y creen que nadie se está preocupando por ellos.

Dios trabaja con cada uno de los seres en particular: trabaja con el artesano en su taller, trabaja con la mujer en su quehacer doméstico, con la hormiga y la abeja para hacer su celdilla. Todo ello sin discontinuidad e incesantemente. ¿Por qué trabajar? Únicamente por el hombre, para conservarle la vida, para satisfacer sus necesidades. Si Dios, Emperador de todo el mundo, nunca ha estado un solo momento sin trabajar desde que el mundo es mundo, ¿cuán razonable es que nosotros, que somos sus criaturas, trabajemos, como nos lo ha mandado, con el sudor de nuestro rostro?

(Conferencias IX. 489)

Dios, toque a toque, tecla a tecla, haciéndome sentir su pulso en tantos rostros sin nombre, en tantos datos sin rostro que me rodean y ante los que quedo admirado, interpelado, exigido.

Han sido una Cuaresma, una Semana Santa y una Pascua muy extrañas. Pero puso Dios en mi camino comunidades de ORACIÓN con las que he complementado la necesidad espiritual y comunitaria haciéndome mucho bien en medio de tanta necesidad y de tanto ajetreo. Nos hemos tele-reunido en su nombre, y los frutos de este contacto han seguido dando sentido a mis quehaceres, pulso a mi vida. Qué oportunas también las misas vía streaming compartidas por los padres paúles.

En fin… No parece que Dios tenga aprecio por los números, ya que no pulsó ninguno. Le basta hacernos sentir su pulso, llamándonos por nuestro nombre.

Si no siento el pulso de Dios en esa necesidad que me rodea ni en esa capacidad de dar y de darse de tantas personas, ¿dónde lo voy a sentir?